El Nacional

Pablo Antillano

OSCAR HERNÁNDEZ BERNALETTE

Escribir en el teclado con tristeza es una sensación distinta. Se nos fue Pablo, un amigo y hermano del alma. Pablito fue mi compañero desde los años mozos de la UCV. Entramos juntos en la Escuela de Estudios Políticos. En las aulas de la UCV nos adoptamos. Nos asombraba con sus intervenciones en clase, siempre se expresaba con una retórica que enmudecía hasta a los más sólidos de nuestros profesores de esa época. Pablo ya era un periodista, antes de salir para Chile había dejado huella con Reventón, una revista que Caldera había cerrado por su línea crítica y opositora al establishment. Pablo no solo era un joven maestro para los pichones de politólogos, sino que nos hizo incursionar en las lides del periodismo y de la cultura. Con Pablo hicimos la revista Escena, un tributo al teatro; después inventó la revista Buen Vivir, pionera de la línea de publicaciones del quehacer en la ciudad; me llevó de la mano a Libros al Día de Carlos Ramírez Faría, y en algún momento de crisis económica me consiguió que escribiera en Kena, la más frívola de las revistas de la época.

Como en toda historia de jóvenes, cada uno toma sus caminos; yo me fui a la diplomacia y Pablo al periodismo corporativo. Dejamos una gran amistad, pero a pesar de la distancia nunca nos alejamos. Fue jefe de redacción de El Nacional. Se graduó de politólogo muchos años después para dedicarse a la docencia, a estudiar la política y los medios.

Nunca olvidaré un día que inició clases en la misma escuela que nos formó y lo encontré sentado en aula como mi alumno.

Esta mañana me pidió Nabor Zambrano que fuéramos a despedirlo, no tuve la valentía; lo había visto hacía una semana. Solo me quedó la angustia, qué pensará esa mente lúcida en la recta final. Demasiado duro perder un gran amigo.

OPINIÓN

es-ve

2019-02-08T08:00:00.0000000Z

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